¿Qué sucede cuando bañamos a nuestro perro de lanas?
Nos damos cuenta de que no es un perro.
El pastor tenía una oveja llamada Verdad.
No la esquilaba por miedo,
sabía qué iba a encontrar.
Tenía esa oveja hermanas:
Rutina balaba monocorde
advertencias imposibles de escuchar.
A la mesa con el pastor
se sentaba Realidad,
se comía su queso,
sorbía con estruendo la sopa,
pedía postre, café y puro.
Sustituta de amigos extraviados,
de hijos no nacidos,
de una mujer por inventar,
siempre junto a la oveja más vieja: Soledad.
Deseo gustaba de permanecer tumbada
fingiéndose dormida en el corral.
Angustias parada frente a la puerta
hablando por unos ojos sin ojal.
Fueron muchas otras ovejas
olvidadas, muertas de vida,
enterradas en una memoria blanda
de querencias inconstantes
y palabras en el palomar.
Un rebaño demasiado casero,
un golpe al estado permanente
de los hechos desechados.
Un rebaño acomodado a la existencia
de renuncias necesarias.
Un hatajo de cabronas ovejas
con paladar de tigre,
gobernantas de pezuña funesta,
esclavizan la pasta endurecida del hombre
que eligió ser pastor de sus miserias.