Me hice difuso,
borrosas mis estancias
y fallidos mis abrazos.
Me hice cobarde,
hermano del susurro
y de las ojeras.
Me hice atasco,
opresiva aglomeración
de verbo descarnado.
Me hice tirano,
sometiendo mi imperio
a una tenue inminencia.
Me hice silencio
y futuro cataclismo
de trenes acercándose.
Me convertí en cuchillo
para el sacrificio,
en caricia contenida,
en un agónico ultimátum,
en bandera blanca y muda,
me convertí en lamento
para poder soportarme.