La
cultura se afila, se agudiza, se convierte en una trampa para los que
quieren permanecer ajenos al continuo voltear del mundo, para los que
no quieren comprender ni que les expliquen lo que supone pertenecer a
la única raza capaz de inventar su propia muerte.
En
casa todo se alinea como de costumbre, con esa inmovilidad que es
ungüento pero también amenaza. Sólo un par de mellados en las
estanterías me indican que algo ha cambiado, que alguien ha venido,
que yo estoy mirando.
En
el mundo el sintagma ya es una plaza donde poner en práctica la
desesperación y no un concepto inútil para adoctrinar mentes, las
nubes son interpretadas según peregrinas teorías pro y contra
situaciones que en nada les atañen, sólo son nubes, traen agua como
siempre han traído y no presagios; no tienen intención ni capacidad
volitiva, como tampoco la tienen las maderas de talla fina con los
bajos apestando a sudor ni las gráficas de picos fijos hacia el
cielo amenazando las gargantas que perdieron el grito ni yo mismo que
cada día soy más un juguete en mano de mis enmarañados nervios y
de las circunstancias.
Todo
en el mismo ángulo en el que fue colocado, la silla cabeza abajo
sobre la mesa de trabajo sembrada de virutas, el cenicero repleto de
colillas aun, la agenda abierta con un tachón del que sentirse
orgulloso, los imanes de la nevera, los latidos de las letras y las
promesas de otras disposiciones posibles de las herramientas de la
felicidad.
Cada
año me obligo a no escribir en estas fechas porque puede escapárseme
una opinión inoportuna. Al menos empieza a producirme la
indiferencia del derrotado toda esta parafernalia de arte en las
calles y de sentimientos florecidos, de chamanistas predicciones
meteorológicas y llantos sobre el pecho ya mojado de lluvia.
Cada
año caigo en el derecho inalienable a la pataleta, en la irredenta
ira en bolsas recicladas, en una corrección que no sé muy bien
quién me inculcó pero que está empezando a incomodarme, a mí, que
creía que mi cinismo servía para algo o era tenido en cuenta por
otros quizás demasiado ocupados en seguir sus programas de mano.
2 comentarios:
La rebeldía interior, en dosis apropiadas, es buena receta.
Opino lo mismo Salva, pero cuando no se sabe utilizar bien linda con la Neura más espantosa.
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