…dejo pasar la
mañana en un banco del Parque de María Luisa
Comienzan a sonar
ritmos hip hop, una música que no entiendo, pero que capta mi atención. El
poder de la rima actúa rápido y me hace buscar su origen para saber quién
quiere reconquistarme con duras y cabreadas consonancias. Unos chicos,
adolescentes con sus scooters aparcados
un par de bancos más allá, suben el volumen. Contemplo su belleza, envidio su
despreocupación, admiro su energía. ¡Cómo la derrochan sin contenerse porque les
sobra!
He de aprovechar
los momentos iniciales de este inesperado «escaparate». Me conozco y sé que no
aguantaré mucho tiempo la presencia bastarda de la poesía en su música, pronto
empezará a transformarse en ruido y se romperá el encantamiento, el momento
perfecto pasará cuando sus conversaciones se transformen en rituales de
dominación con temática futbolística. Pero me permito disfrutar unos segundos
más.
Ellos tienen tiempo
de ser lo que quieran. Mi tiempo, pienso, ya solo puede ser empleado para
apuntalar las rarezas de mi imperfecta forma de ser y, con suerte, para tomar
un par de decisiones trascendentales más antes de rendirme a mis elecciones y
disponerme a sacarles todo el jugo que pueda.