Salida 10. Efectos de la poesía(II)
Cuando
leo buena poesía enseguida nace el fruto amenazador de una planta que dibuja su
garra ansiosa donde antes no había más que motas de luz y ahora, mira, un
arbusto maduro, latiendo, sufriendo en su propia plenitud ofrecida. Nunca sé si
es venenoso o alucinógeno su fruto, si me matará o me abrirá la puerta esas
revelaciones que deseo; pero siempre lo como, con gula, con gusto, gozo de su
jugo cayendo de la comisura de los labios hacia la barbilla y de allí al
cuello, al pecho, al suelo, a los pies, al cielo. A veces el corazón de la
planta inesperada me dice que huya, otras que me quede: pero que sea yo, de una
vez, que sea valiente y curioso, no fuerte, ni fiera, ni dios, que sea tenaz y
silencioso, humilde, que escupa silencio al que cacarea, escudos para el que
vomita balas, qué no queremos más muertos ni más vivos de rebote; que esté
atento, que suba al monte, que allí me espera el buitre para que le bese la
calva y le pida que vuele como los sacacorchos, como él sabe, círculos cada vez
más diminutos sobre el pueblo inalcanzable, que extienda telas sobre el
asfalto, y flores, y pieles, y ofrezca todas mis muertes a la verborrea del
mañana. Que no deje de sembrar semillas inesperadas entre los dedos de las
culebras por mucho que hoy los enchufes sepan más de nosotros que nuestras
madres, que insista, que nada puede compararse con la belleza abriéndose paso
podredumbre arriba. Que no deje de intentarlo, como ese que iba cuesta abajo y
recordó el freno, la mano, el abrazo, los geranios que crecen fuertes en las
latas oxidadas de tomate frito. Como ese que utilizaba la carne a su
conveniencia, que se extrañaba de estar vivo y aún así iba, respiración a
respiración, hasta la siguiente palabra, destino desconocido, andén derrumbado,
tren desviado. Que no deje de serme, que el hombre no es más que una sucesión
de anaqueles y ángeles con hambre, de puertas desquiciadas que nos hablan a
chirridos, de televisores que ululan su nieve, de mascotas orgullosas de no
tener dueño.
La
planta domesticada en el alfeizar o en el fresco zaguán dialogando con el grito
verde de la cancela. La planta conspirando en la caja de refrescos, en los
contenedores de reciclaje al sol, en el suspiro del niño encerrado en un mundo
sin escapatorias. Insiste, me dice, antes de estallar. Sabes que volveré y te
pillaré siendo otro, olvidándote de mis órdenes… por eso acudo, irregular y
caprichosa, pero siembre decidida: tu me llamas, me necesitas, necesitas mis
frutos que te llaman. Yo te deseo y acudo porque de tus labios pueden caer
todos mis sabores y mis formas.