Y sí, salir de la vida. Lo escribo y me da miedo, de
la vida decorada, de la que esgrimen los expertos en dentera y lágrima; pero es
que ya no veo entre tanto traje enhiesto, entre tanto día impuesto y no
encuentro solución salina para este pescado que ya dice papá.
Sí, salir del mundo, y que más quisiera haberme
atrevido al huerto singular, al silencio arisco, a la alimaña, a la yesca del
afilador, al discurrir lento y que me tengo que sacudir este temblor de rama
para decirte que no compartimos ambición y que ni en venta ni en vena, ni
encadena ni en racha, quiero ser parte del despiece.
Estoy cumplido, amortizado en mortero primoroso, olor
de especia exótica, una rareza eligiendo azote, hecho polvo de aspavientos. Que
no puedo con mi sombra ahora que la veo y tomamos cortadillos y nos mojamos en
la superficie de ese café de ayer, denso e iridiscente.
Sí, borrarme sin taconeos, que sepas que alguien
estuvo en mi cuerpo, pero no estar. Salirme de la turra dualista de los
materiales de derribo, del cerebelo hecho mitin, encontrar corzos brincando por
mis excepciones y mira ese monte medio hombre, qué pataje, mascando vinagretas
y acariciando la orilla.
No moverme de ese entonces, investigar su infección
humilde hoy. Puedo ser el engoñipe de mis venas rijosas. Líquido, agua fresca
para el cemento desarmado, por fin, cubos y cubos, que este ser de plomo
fundido y fondo se nos quema en la sartén donde bailan los debutantes, que se
le asfixian los oficinistas y los dedos sobre ventanas a ninguna parte, que se
le abre el cielo y lo perdemos a través de sus gestos.
Zambullirme en una duda elemental: cómo se sale de
este almizcle, de este olor a muerto en cuarto emperifollado a cal y canto, de
esta tienda de sobras que no encajan. Cómo, si uno quiere ser ave de tendedero,
cigüeña en desguace, culebra de luz ascendiendo el montículo de la mierda
universal.
Sí, ser fuera de entonces el lado sucio del telón, la
roña bajo las uñas justificando una ausencia de años, dar voz al grito para
saludar al vecino que regresa a su envidia cargado de medias tintas y lengua de
ley empedrada.
Sí, unos hombros de mi talla, un cielo con costuras
pasadas, las afueras con jardines y sin tanto polvo, el campo mordiéndome los
tobillos. Busco el suspiro del que encuentra la postura cómoda en el féretro.